Martes 16 de Abril de 2024

Si no tienen pan que tampoco coman pasteles

PANADEROS
Resulta increíble que unos 250 años después, unos burócratas en un país republicano de América hayan elevado el nivel de insensibilidad a nuevas alturas. Y lo han hecho al decretar una especie de guerra a las panaderías

"Si no tienen pan que coman pasteles". Este es uno de los insensibles comentarios que la leyenda le atribuye a la reina María Antonieta, esposa de Luis XVI. Cierto o apócrifo, la intención de quienes, como Jean Jaques Rousseau, propagaron esa especie, era hacer ver lo alejado que estaban los reyes franceses de las necesidades de sus súbditos.

Resulta increíble que unos 250 años después, unos burócratas en un país republicano de América hayan elevado el nivel de insensibilidad a nuevas alturas. Y lo han hecho al decretar una especie de guerra a las panaderías, impidiéndoles ofrecer pasteles, cachitos, y panes de otro tipo que no sean el francés o “de canilla”, porque, según ellos, la escasa harina que reciben del quien ostenta el monopolio de importación de trigo, es decir, del propio Gobierno, les obliga a producir muy por debajo de la demanda del público.

Los panaderos -que algo deben saber de las demandas para sus productos- estiman que las necesidades de abastecimiento son de unas 120.000 toneladas mensuales de trigo, y lo que se recibe no llega a 30.000, por cuyo motivo los molinos que los suplen trabajan a un 25% de su capacidad. En ese ambiente de escasez, las normas con las que se pretende acorralar a los panaderos, son prácticamente de imposible cumplimiento, por lo que si efectivamente se aplican más allá del efecto mediático en interminables cadenas, se corre el riesgo de re editar el fiasco que resultó regular el precio de los huevos.

En aquella ocasión, la citada regulación fue por debajo de su costo de producción. Y lo que sucedió entonces, fue que la brillante iniciativa le costó el puesto al vicepresidente Jorge Arreaza, pero, además, también las elecciones parlamentarias de diciembre del 2015 al Partido Socialista Unido de Venezuela.

En Venezuela, ninguna escasez es casual. El Gobierno, que parece tener una aversión total a cualquier cadena de producción que antes existía en el país, restringe la importación de trigo, donde las posibilidades de captar rentas para su círculo de partidarios son escasas, ya que cualquier sobrefacturación es fácilmente comprobable. Pero ha encontrado una forma más interesante de lograr esas rentas: importando bolsas de productos terminados, comprándolos a precios de ganga y vendiéndolos a precio de gallina gorda.

Empacadas y selladas en Panamá, las bolsas de los Clap contienen tres tipos de pastas, azúcar, harina de maíz, atún en lata, mayonesa, salsa de tomate, arroz y leche en polvo. Por supuesto, resulta curioso que se disponga de dólares para adquirir esos productos, pero no así la muy inferior cantidad que se requeriría si se le permitiera a las fábricas nacionales volver a producirlos, y a la cadena de distribución privada hacerlos llegar a los consumidores.

Como en sus antecesoras y renombradas areperas socialistas (¿alguna vez alguien comió en una de ellas?) y la nonata ruta de la empanada, la operación de los Clap ya muestra las costuras. Porque si uno coteja el contenido con los precios al público de cualquier página web de un supermercado norteño como Goya, Sedano’s o Walmart, en las mismas puede conseguir el contenido de una Bolsa Clap en menos en $ 40. Si como sucede con todas las importaciones del Gobierno, éstas entran a la ridícula tasa de 10 bolívares por dólar, su costo en bolívares no llega a Bs. 400, y se le vende a los sufridos consumidores que tienen que inscribirse en degradantes listas para optar por ellas en Bs. 10.000 o más.

Sin haber evidencia de ello, un Ministro alegó que esas bolsas pagan la tasa Dicom de 700 bolívares por dólar, lo que pondría su costo en un máximo de Bs. 2.800. Aun si fuera así, de ser comercializadas por el sector privado con los márgenes habituales de la cadena de comercialización, llegarían al consumidor en menos de Bs. 6.000.

Algún día, cuando se sincere la economía, se podrá ver la magnitud de las ineficiencias a que se ha sometido a la población en aras de controlarle hasta el último detalle de su existencia. Mientras ese momento llega, hagamos votos por que las panaderías, una de las últimas cadenas de producción alimenticia que nos quedaba, no desparezcan por la obsesión de nuestros burócratas de negarnos tanto el pan, como los pasteles.

El Autor

Tomás Socías López

Analista Económico y Político e Internacionalista.

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